Por siglos, se ha encargado de resolver los conflictos mediante la oralidad y continúa pese a que ahora los fiscales y jueces del país incursionan en el nuevo sistema penal acusatorio.
Rafael Arpushana y Nelson Uriana han dedicado la mayor parte de su vida a este oficio. Ambos viven en rancherías cercanas a Riohacha, a donde llegan a buscarlos hasta de Venezuela para que arreglen problemas hablando y negociando.
El matrimonio de una joven wayuu que se había ido a vivir con su novio sin el consentimiento de sus padres fue el estreno como pütchipü'ü de Arpushana.
Tenía 20 años. El papá de la muchacha lo buscó para que acordara el pago de la dote: 70 chivos, 8 reses, dos collares de oro y uno de tuma (piedra preciosa). Arpushana logró la negociación.
Hoy, a sus 56 años, es un experto en todo tipo de arreglos, desde la petición en matrimonio de una mujer hasta el cobro por muerte o el robo de animales, que según él, son los más complicados.
"Soy como un juez", asegura. Su labor es actuar como mediador, dando muestras de un despliegue retórico con el que busca lograr la conciliación, mediante el pago de una indemnización, entre las partes en disputa. Del pago (animales, joyas o dinero), depende que no se desencadene una guerra que puede extenderse y acabar con familias.
Hace cuatro años, Rafael evitó el enfrentamiento entre dos clanes. Un Ipuana mató a tiros a un miembro de los Uriana en una ranchería de Riohacha. Los familiares del que disparó devolvieron el arma con la que se cometió el delito -como siempre se hace y entregaron 30 millones de pesos, seis collares de tuma y cuatro de oro.
En los arreglos wayuu, el grupo afectado se encarga de establecer el monto de la compensación, de acuerdo con el perjuicio y la posición social de la víctima, y el palabrero de negociar con la contraparte y definir detalles del pago.
"Cuando la familia es pobre, el pago puede demorar varios meses o años, el tiempo que tarden en reunirlo", explica Rafael, quien jamás suelta un caso sin resolverlo.
Experto en arreglos de mujeres
Nelson Uriana es un palabrero tradicional. Tiene 60 años. Heredó el oficio de su padre. Desde muy pequeño, lo acompañaba a llevar la palabra para escuchar cómo hacía los arreglos. Con el tiempo se convirtió en su consejero.
Acude a las conciliaciones ataviado con sombrero y guayuco y empuñando el waraarat (bastón), que usa para espantar a los perros y protegerse de cualquier cosa que encuentre en el camino. También para dibujar en el suelo.
Aunque empezó atendiendo robo de chivos, su especialidad es el arreglo de líos de mujeres. Hace poco tuvo que resolver un caso poco común. El papá de un wayuu que murió en una disputa familiar solicitó sus servicios para unirse a la viuda de su hijo.
"Fue complicado", admite Nelson a través de un intérprete porque solo habla wayuunaiki. En la cultura wayuu lo normal es que los sobrinos hereden la mujer del tío materno cuando este muere, por el contrario si es el padre u otro familiar es visto como una ofensa.
Pese a la intervención de instituciones estatales en disputas familiares wayuu, palabreros como Nelson y Rafael se mantienen vigentes. Ellos representan todo el sistema de compensaciones de esta cultura, donde las lágrimas y la sangre tienen precio.
No cualquiera puede ser palabrero. "Se requiere de tacto, habilidad oratoria y prestigio social de la familia de la que provenga", dice Nelson. El palabrero debe tener también vocación y conocimiento de la cultura y costumbres wayuu", agrega Rafael.
Los de Venezuela, más urbanos
La importancia de estos 'jueces' en la recomposición de las relaciones sociales y en el arraigo de la identidad de esta etnia indígena llevó al Ministerio de Cultura a declararlos, en el 2004, Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional.
Para garantizar su salvaguarda, el Observatorio del Caribe Colombiano adelanta un trabajo para identificar y documentar las manifestaciones culturales asociadas a la institución del palabrero.
El antropólogo Weildler Guerra, quien lidera este proceso, asegura que la idea es que las comunidades apropien y transmitan su patrimonio, a la vez que diseñen proyectos orientados a fortalecer las dinámicas culturales locales. Ya han realizado talleres con pütchipü'ü de la Alta y Media Guajira y se reunirán con los de Venezuela.
En este país los palabreros están urbanizados, tienen carné y hasta cargan armas. "Cuando estuvimos en Nazareth (Alta Guajira), nos hablaron de un palabrero al que todos llaman 'cortocircuito' porque le cobra a ambas familias en conflicto", dice Guerra.
Rafael reconoce que la influencia de los 'alijunas' (no wayuu) es una amenaza para el oficio. Por eso les enseña el arte de palabrear a sus hijos y nietos para que la tradición no se pierda.
'Es un ejemplo para el sistema penal'
El magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Riohacha, Hebert Mendoza Acosta, asegura que la legislación aplicada por los jueces 'alijunas' (no indígenas) cada vez se aproxima más a la forma de impartir justicia de los palabreros wayuu. Tanto así que el sistema penal acusatorio, que entrará a regir a partir de enero en la Costa Caribe, se caracteriza por la oralidad y la inmediatez de los jueces para solucionar los conflictos.
Según Mendoza, los indígenas wayuu acuden a una figura propia del derecho civil llamada compensación, lo que en la práctica se traduce en que la sanción penal por un delito sea negociada entre ofensor y ofendido, con el pago de una indemnización. Aunque en la legislación ordinaria sólo son negociables los delitos menores (injurias, calumnias), con el arreglo directo entre las partes en disputa se evita la venganza.
"La conciliación logra la convivencia que le hace tanto bien al Estado y a la sociedad, así que -como lo plantean algunas corrientes modernas- el sistema penal sería innecesario o, al menos, bastaría con que tutelara los derechos fundamentales", dijo.
FUENTE: EL TIEMPO.
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